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domingo, 22 de mayo de 2016

La educación en 2030

El reloj marca las 7 y yo me despierto de repente. Es muy tarde y en menos de 10 minutos tengo que coger el autobús que me llevará al instituto. Me lavo y me visto a la velocidad de la luz, no tengo tiempo para desayunar y, aún con los ojos entreabiertos, bajo las escaleras de mi palacio, saltando los escalones de dos en dos. “Algún día seguro que me mataré por esas escaleras” pienso, tomando aliento.


El autobús está a punto de pararse cuando suena el teléfono en mi mochila. Me ha llegado un mensaje. Será de Licia que me avisa de que no va a ir a la fiesta de Julia esa tarde.
Saco el móvil y miro la pantalla: es un número desconocido. “Hoy será un día especial para ti. No te asustes y aprovecha las nuevas experiencias”, leo con un poco de maravilla. Subo al autobús y me siento, esperando llegar por fin al instituto para ver a mis compañeros.

Nada más llegar, una extraña sensación me recurre por el cuerpo. La gente parece ser diferente y el mismo instituto parece ser mucho más grande de lo normal. Abro el portal y sigo la muchedumbre de estudiantes que se dirige hacia las aulas. Me siento un poco rebotada, ¿qué está pasando aquí? ¿dónde están las aulas pequeñas y aquellas sillas de madera tan incomodas que preferirías estar sentado en el suelo en vez de utilizarlas. ¿Este es mi instituto? ¿Me habré equivocado? Hoy voy tan despistada que no me sorprendería el contrario. No, no puede ser. Veo a Licia al final del pasillo y ella me lleva a nuestra aula, la número 32, donde está mi clase, el 4ºD.

Un aula enorme, con sillones de masaje de piel negra y mínimo 30 ordenadores para cada mesa. En el fondo, una vitrina muy espaciosa con tabletas y smartphone que valdrían un dineral y una mega pantalla donde antes había la cátedra del profesor. Lo que más me asombra es que no hay ni un libro, ni un diccionario, ni un bolígrafo, ni un papel en ningún lado. “¡Qué cambio tan rápido en un fin de semana!”, pienso.
Me siento en el sillón y enciendo el ordenador de mi mesa. Una fecha relampaguea en la pantalla: 23 de mayo de 2030. “¿Y eso qué es?” me pregunto, mientras el resto de mi clase toma poco a poco asiento.
“¿Qué te pasa Monica? ¿Estás bien? Me pareces un poco asombrada y rara esa mañana.” Una frase que he oído casi diez veces hoy.

La puerta del aula se abre, las luces se encienden solas y un robot de las dimensiones de un humano se acerca a nosotros, moviendo sus brazos mecánicos para saludarnos. Tiene una pantalla de ordenador como cabeza, que utiliza para enseñarnos vídeos o hacernos escuchar audios. Detrás de él, nuestra profesora de Lengua, la típica docente de toda la vida, la que siempre se ha negado a utilizar las nuevas tecnologías en el aula. Nos sonríe y nos presenta a su nuevo ayudante: ROBOTIC, cuyas clases se alternarán a las de OLOTIC, un holograma de un robot que nos ayudará y proporcionará material para nuestras clases de literatura.

Algo muy raro está pasando aquí. Mi corazón empieza a latir a tontas y a locas y una vaharada de calor me hace desmayar casi sin darme cuenta. Me despierto casi 20 minutos después, en  mi instituto, en el aula de toda la vida, con la profesora que lee el libro de texto casi sin respirar. Todo el mundo está aburrido y nadie escucha. Ni una tableta y ni un ordenador alrededor. Estoy confusa y un poco turbada por lo que ha pasado. ¿Ha sido un sueño? ¿Una fantasía?


Abro mi agenda: 23 de mayo de 2030. 

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